Cuando la solidaridad compensa las deficiencias de los Estados. El Covid-19 ha desvelado hasta qué punto, en la mayoría de los países árabes, las infraestructuras sanitarias estaban deterioradas. También ha revelado el alcance de la devastación dejada por décadas de corrupción y malas decisiones. Pero, en las sociedades árabes al borde del agotamiento, ha sacado a la luz las iniciativas creativas de solidaridad popular nacidas en la lucha contra la epidemia.
Antes de evocar los efectos del coronavirus y sus repercusiones económicas, sociales y humanas en los países árabes, vale la pena recordar que casi la mitad de ellos vive en un estado de guerra o de debilidad (o incluso ausencia) de un Estado central; o en situaciones de levantamientos sociopolíticos populares, bloqueos o incluso ocupación: Siria, Yemen, Libia, Somalia, Irak, Palestina, Argelia y Líbano.
Los Índices de Desarrollo Humano (IDH) y el PIB per cápita varían de un país a otro, pero muchos de ellos tienen una clasificación muy baja en la escala mundial. Con la excepción de los países del Golfo, los demás Estados registraron tasas oficiales de desempleo de entre el 9% y el 26 % en 2019, según cifras del Banco Mundial. Además, la economía informal ocupa a más del 40 % de la población activa (sin contrato de trabajo ni cobertura de seguridad social), sin contar a los millones de personas cuyos trabajos están organizados, pero con salarios extremadamente bajos.
Los países árabes más ricos tienen menos de 3 camas de hospital por cada 1.000 habitantes, en comparación con 6 en Francia o 13 en Japón. Esta cifra se reduce a menos de una cama en países como Yemen. En cuanto a la cantidad de médicos, siempre por cada 1000 habitantes, es entre 0.3 y 2.5 (3.4 en Francia). Todos estos datos proporcionan una mejor comprensión de la frágil situación sanitaria en la mayoría de los países árabes, una situación que el coronavirus va a exacerbar.
Penuria de materiales específicos
La mayoría de los países se lamentan de la falta de equipos de protección personal contra infecciones (mascarillas, trajes especiales y soluciones hidroalcohólicas para esterilizar y desinfectar). También carecen de test, laboratorios de muestreo y equipo médico, todo lo necesario para el cuidado de las personas infectadas con Covid-19, cuya condición requiere hospitalización, monitoreo y reanimación. Esta escasez se explica por una política de indiferencia, desde hace mucho enraizada, hacia el concepto de “salud pública” como un derecho. Fue acentuada por la adopción de ajustes estructurales impuestos por el Fondo Monetario Internacional (FMI), así como por las medidas de austeridad que afectaron especialmente al sector de la salud pública.
El problema se vuelve aún más complicado cuando se trata de camas de cuidados intensivos y respiradores artificiales. Su número apenas supera unos pocos miles en los países árabes mejor dotados, para contar solo unos pocos cientos en la mayoría de los demás, y solo decenas en los países más pobres o en los devastados por las guerras. En Túnez, Marruecos y Líbano (alrededor de 500 camas cada uno), se constata incluso que el número de estas camas en el sector privado es igual o mayor que el disponible en el sector público.
La escasez de todos estos dispositivos y equipos ha abierto la puerta, por un lado, a la carrera por los monopolios y a la enorme subida de los precios; y por otro lado, al fraude y a la corrupción. Los precios de las mascarillas protectoras y de los desinfectantes, por ejemplo, se han incrementado exponencialmente (hasta diez veces) en Líbano, Egipto, Marruecos, Túnez, Argelia, Sudán y Siria. Esta situación ha agudizado el apetito de algunas empresas especializadas (o no) para fabricar este equipo y comercializarlo a precios altos, cuando muchos de ellos no cumplen con la normativa. Varias de estas empresas compiten ferozmente para obtener pedidos de los ministerios de salud y de las farmacias centrales de los hospitales, sin pasar por los procedimientos habituales de contratación pública.
La falta de médicas y médicos en salud pública es a menudo escandalosa. En Egipto, donde el coronavirus amenaza con convertirse en una verdadera pandemia, el presidente Abdel Fattah Al-Sissi ha propuesto ¡capacitar a los farmacéuticos rápidamente para cubrir la escasez de médicos! Mientras, 70.000 médicos egipcios ejercen en Arabia Saudita y de los 220.000 médicos registrados en el Consejo de la Orden de Médicos en Egipto ¡120.000 trabajan fuera del país! Ochocientos médicos tunecinos recién graduados emigraron en 2019. Lo mismo ocurre en Argelia, Marruecos, Irak, Siria, Líbano, etc.
Medios de subsistencia insuficientes
Hemos leído muchos artículos que destacan los beneficios del confinamiento. Quedarse en casa ofrecería otras tantas oportunidades para meditar, leer, ver películas, comer sano, disfrutar de los seres queridos y repensar los conceptos del tiempo y de la época. Todo esto puede ser cierto, pero quedarse en casa sin temor por el futuro (al menos el cercano) es un lujo que no todos pueden permitirse. El confinamiento de una familia entera puede convertirse en un verdadero infierno cuando la casa tiene solo una o dos habitaciones para varias personas. En muchas sociedades árabes, las y los jornaleros y quienes trabajan en el sector informal constituyen la mayoría de las personas trabajadoras, por no mencionar a las y los desempleados. Quienes tienen pequeños comercios y empresas de servicios, así como las y los artesanos, también temen las consecuencias de la recesión económica y la disminución del poder adquisitivo de sus clientes. Y aunque la mayoría de los países ha tomado ciertas medidas para aliviar las dificultades de los grupos sociales más afectados, el miedo persiste.
Las medidas gubernamentales a menudo son insuficientes, ya que los montos asignados son bajos (entre 50 y 150 dólares, es decir, entre 45 y 135 euros) en la mayoría de los países árabes, y no se corresponden con la realidad de los precios o el coste de vida. No incluyen a todas las personas que tendrían derecho a ellos por falta de actualizar las bases de datos sobre la ciudadanía y su situación familiar, profesional y material. Las cosas son peores en los países en los que la economía sumergida es dominante, es decir, la gran mayoría de ellos. El miedo a la pobreza y al hambre ha llevado a muchas y muchos vendedores ambulantes, artesanos y comerciantes a romper el confinamiento. Salieron para ganarse la vida en una especie de juego al escondite con las autoridades que a veces se convierte en enfrentamientos, arrestos, cierre de tiendas y confiscación de los útiles de trabajo e incluso de los medios de transporte.
Así, ciertas categorías sociales están atrapadas entre varias capas de miedo: la epidemia, la pobreza y la violencia del poder. También se han llevado a cabo varias manifestaciones en el Líbano que, además de la epidemia, sufre un colapso económico. Del mismo modo, Iraq está amenazado con una nueva explosión de movimientos de protesta.
Las mujeres, las grandes perdedoras
En términos sanitarios, los hombres están más expuestos a la contaminación por Covid-19. Pero económica y socialmente, el tributo que pagan las mujeres parece mayor, trabajen o sean financieramente dependientes. Porque si una mujer se ve privada de empleo, perderá su independencia financiera, que no solo sirve para satisfacer sus necesidades materiales, sino que también le proporciona una especie de posición social y protección contra la degradación. Si está desempleada y su sostén de la familia ha perdido sus ingresos, o si han disminuido, la vida será aún más difícil para ella y sus hijos. Estamos pensando aquí en las vendedoras de té en Sudán, las de cuscús en Mauritania o las que venden pan, sándwiches, rosquillas y pasteles baratos en los mercados populares de docenas de ciudades árabes. El peligro también amenaza los medios de subsistencia de millones de trabajadoras tunecinas, marroquíes y egipcias que trabajan en las empresas de la industria ligera y de transformación (textiles, alimentos, conservas, etc.). Su actividad se ve amenazada por la falta de pedidos y la interrupción de los intercambios comerciales.
Quedarse en casa durante mucho tiempo en compañía del marido no necesariamente significa más cercanía y amor para las mujeres. Muchos países árabes, que no son una excepción en todo el mundo, han registrado un aumento significativo en el número de víctimas de violencia conyugal desde mediados de mayo de 2020. En Túnez, organizaciones feministas como la Asociación de Mujeres Tunecinas para la Investigación sobre Desarrollo (Afturd) confirman que el número de mujeres que denunciaron violencia se ha quintuplicado en comparación con el mismo período en 2019. En Marruecos, este fenómeno llevó a las organizaciones feministas a lanzar la campaña Ayuda a tu país y quédate en casa sin violencia. Estas mismas organizaciones han multiplicado las células de escucha para las víctimas. En Líbano, el número de llamadas recibidas en la línea directa de denuncias de mujeres se ha duplicado en comparación con el mismo período en 2019. Lo mismo es cierto para Jordania, donde la Unión de Mujeres de Jordania ha advertido contra la agravación de los casos de violencia contra las mujeres.
La gente olvidada de la pandemia
Otras personas están completamente olvidadas en tiempos de epidemia. Miles de estudiantes árabes, por ejemplo, se encuentran atrapados en países extranjeros en los que estudian, sin esperanza de ser rescatados financieramente por su país de origen o repatriados. En Túnez, Mauritania y Marruecos en particular, ha surgido el problema de las personas emigrantes que desean regresar a sus hogares por las fronteras terrestres: se les han cerrado los puestos fronterizos debido a las medidas de contención. Cientos de tunecinos y tunecinas se acumularon durante semanas en la frontera con Libia, a la espera de un acuerdo de las autoridades que les permitiera regresar. Terminaron perdiendo la paciencia y forzaron el paso en el puesto fronterizo de Ras-Jédir. Mucha gente mauritana en la frontera entre Mauritania y Senegal está bloqueada, aunque hay quien no obstante ha logrado entrar.
La mayoría de los países árabes que albergan campamentos de personas refugiadas en su territorio (palestinos, sirios, iraquíes y otras nacionalidades) los han dejado a su suerte y/o al cuidado de las organizaciones internacionales y no gubernamentales. En algunos países, la propagación de la pandemia y la declaración del confinamiento sanitario han asestado un duro golpe a las y los migrantes pobres o indocumentados. El problema concierne particularmente a las y los africanos subsaharianos que se encuentran en los países del Magreb y a los asiáticos en los países del Golfo. Muchos de ellos ya no pueden mantenerse a sí mismos y no pueden acudir a las autoridades oficiales por temor a caer bajo el peso de la ley, o porque las propias leyes son discriminatorias. La mayoría de esas personas comparten una vivienda con un gran número de personas, lo que hace difícil todo respeto de las reglas de confinamiento y de prevención contra el contagio.
Jóvenes en los puestos de vanguardia de la solidaridad
Desde los primeros días de la propagación del virus, y especialmente después de las decisiones sobre el confinamiento sanitario, cuyo rigor y severidad varían de un país a otro, la gente ha comprendido la gravedad de la situación. Algunas personas entendieron que la solidaridad era esencial para superar esta crisis. Las acciones caritativas y de voluntariado se han implementado tan rápidamente que es imposible inventariarlas o evaluarlas. Algunas formas de esta solidaridad son antiguas, como la asistencia familiar, de clan, tribal e incluso regional y comunitaria. Otras han sido tomadas por iniciativa de asociaciones y organizaciones caritativas y de ayuda, locales o internacionales, que han trabajado durante años y tienen la experiencia y los medios para intervenir de manera rápida y eficazmente.
También hay nuevas iniciativas que han surgido recientemente y que hemos decidido destacar. En Túnez , por ejemplo, las y los jóvenes han jugado y siguen jugando un papel importante en la organización concreta de la prevención y la solidaridad. Además de las campañas para explicar la enfermedad y cómo protegerse de ella, grupos de jóvenes, a veces en coordinación con estructuras gubernamentales y actores de la sociedad civil, han llevado a cabo tareas de desinfección de calles y edificios, y para hacer cumplir los requisitos de distancia física en las colas.
Para las y los jóvenes de los comités de resistencia en Sudán, la lucha contra el coronavirus y sus efectos sociales se considera una nueva batalla. Por lo tanto, han organizado campañas de sensibilización e intentado oponerse a los titulares del monopolio de los productos de esterilización y desinfección, coordinando su acción con el Comité Central de Farmacéuticos y distribuyendo cientos de miles de kits de forma gratuita. También han contribuido a la identificación de las familias más necesitadas de ayuda alimentaria.
En Somalía, estudiantes de la Universidad de Mogadiscio participaron en la campaña Un gramo de prevención es mejor que un quintal de tratamiento, que es muy activa en las zonas más pobres y las más expuestas a la propagación de la enfermedad, como grandes barriadas de viviendas y campamentos de migrantes en las afueras de la capital. Estas y estos estudiantes distribuyen artículos básicos para protección individual y colectiva, como jabones, kits de esterilización y productos de limpieza para el hogar.
Lo mismo ocurre en muchas aldeas egipcias pobres y abandonadas en las que las y los jóvenes juegan un papel vital. Desinfectan las calles con medios modestos y sin el apoyo del gobierno en la mayoría de los casos, y ayudan a organizar la vida diaria y a encontrar soluciones para el suministro de alimentos y otros productos a precios razonables.
Las iniciativas de las y los jóvenes en Gaza destacan por su perseverancia y creatividad. En un territorio asediado durante catorce años, sometido a una sucesión de destructivas guerras israelíes, rápidamente comprendieron que esta situación sería catastrófica si no se prevenía la propagación de la epidemia y si no se intentaba paliar las condiciones de vida de sus habitantes, porque la pobreza ataca al 70 % de la población de Gaza.
En todas partes, jóvenes profesionales de medicina y enfermería estaban a la vanguardia de la gente voluntaria en los hospitales y en los circuitos dedicados a la recepción, el examen y el tratamiento de personas con Covid-19. Por ejemplo, las y los estudiantes de la Universidad Pública Libanesa fueron los primeros en poner en pie junto a las enfermeras, en el Hospital Universitario Rafic Hariri, gratuito, una unidad de recepción y asesoramiento para pacientes sospechosos de estar infectados con el COVID-19. Llegaron incluso a tratar a estos pacientes, en un país donde el sector médico privado vampiriza todo, en el que la gran mayoría de la ciudadanía no puede permitirse el acceso a ellos.
Numerosas iniciativas para grupos específicos
En Sudán, las medidas de contención y los toques de queda han privado total o parcialmente a decenas de miles de mujeres de su principal fuente de ingresos que es la de vender té en las calles. Entonces se ha desarrollado una recolecta de dinero titulada Quédese en casa, su dinero lo tendrá en la puerta para compensar un poco las pérdidas de estas señoras del té. ¡Alguien incluso dio el dinero que reservaba para su boda! En ciertas regiones del Líbano, la campaña Estamos a tu lado se realizó para apoyar a los taxistas que se vieron gravemente afectados por la contención. Además, con el fin de distribuir ayuda oficial o donaciones, se han formado equipos de jóvenes para llevar a cabo el censo de familias necesitadas en Trípoli, la ciudad más pobre del país.
Algunas personas no necesitan donaciones, pero les resulta difícil salir de compras e incluso obtener sus medicamentos. En la ciudad marroquí de Tetuán, así como en muchas ciudades egipcias, varios jóvenes se han ofrecido como voluntariado para llevar suministros a personas ancianas, discapacitadas y enfermas con sistemas inmunes débiles.
En Egipto, varios restaurantes se han movilizado para proporcionar comidas gratuitas al personal de los hospitales vecinos y, por lo tanto, apoyar al Ejército Blanco en su batalla contra el Covid-19. También se pueden ofrecer otras comidas a personas que no tienen nada para comer. En Túnez, las asociaciones, en coordinación con los restaurantes, han proporcionado miles de comidas todos los días al personal sanitario, a trabajadores de recogida de basuras, así como a estudiantes extranjeros y trabajadores y trabajadoras inmigrantes, especialmente las y los provenientes del África subsahariana.
En varios países árabes las y los médicos, enfermeras y estudiantes han utilizado las redes sociales y videos en línea para proporcionar información sobre el coronavirus. Se han lanzado varias páginas de Facebook en Iraq, publicando números de teléfono de personal médico voluntario que brinda asesoramiento médico gratuito. Médicos en Marruecos lanzaron la iniciativa Chifa (cura), que organiza en particular entrevistas en vivo con especialistas. En Sudán, el Comité Central de Farmacéuticos no solo ha preparado grandes cantidades de desinfectantes de forma gratuita (en colaboración con el Consejo de la Orden de Médicos y la Juventud de la Revolución Sudanesa). Logró sortear dificultades como la falta de ciertos materiales esenciales, o su alto precio, al reemplazarlos con componentes menos costosos pero igual de efectivos.
Las y los ingenieros se remangan
Muchos graduados y estudiantes de escuelas de ingeniería e institutos tecnológicos han intentado encontrar alternativas a la escasez de equipos médicos. En Marruecos, con la iniciativa Ingeniería vs África Covid-19, ha habido ingenieros que han desarrollado prototipos de mascarillas y componentes de respiradores utilizando solo el mercado local, en particular a partir de máscaras y equipos de buceo. En Túnez, estudiantes de las escuelas de ingeniería se han planteado el desafío de fabricar modelos de respiradores artificiales también con medios locales, al tiempo que garantizan la calidad y la precisión. Estudiantes de la Escuela Nacional de Ingeniería de Susa desarrollaron un modelo que ha sido aprobado por el Ministerio de Salud.
Las y los habitantes de la asediada Franja de Gaza han demostrado una vez más su determinación y su capacidad para encontrar soluciones. Algunos de ellos han trabajado para fabricar respiradores a pesar de la escasez de equipos y componentes requeridos. Otros han intentado alternativas a la escasez de test, utilizando un software capaz de diagnosticar casos de infección con una precisión de aproximadamente el 80%.
Temas que han sido desatendidos desde hace demasiado tiempo
Todas estas iniciativas son loables y necesarias, pero ¿podemos contar con ellas indefinidamente? Mucha gente experta dice que los días más difíciles están por venir. Esto significa que muchas de estas personas voluntarias ya no podrán seguir actuando, o incluso puedan encontrarse, al menos en algunos casos, necesitadas de asistencia y solidaridad. ¿Qué harán los Estados en ese momento? ¿Impondrán impuestos excepcionales a la gente más rica? ¿Dejarán de pagar sus deudas a las instituciones financieras internacionales? ¿Lanzarán una campaña para recuperar el dinero del pueblo defraudado por los corruptos y evasores de impuestos ?
Finalmente, la pandemia de coronavirus ha revelado, una vez más, que los servicios de salud están estrechamente vinculados a otros sectores. Primero, a una educación pública de calidad y a la capacidad de retener especialistas en sus países, incluidos el personal médico y de enfermería, cuando existe una gran hemorragia migratoria de personal graduado debido a los bajos salarios y el desempleo. Luego están las condiciones de vida dignas, incluidas las relacionadas con la higiene y el espacio vital. Luego, la cobertura social, que permite a todos y todas esperar una atención médica gratuita y de calidad. Finalmente, el trabajo da acceso a lo que es necesario para la vida y la alimentación, etc. Todos estos temas, que implican decisiones políticas, económicas y sociales, se han desatendido durante mucho tiempo. El Covid-19 acaba de revelar sus consecuencias. El mundo árabe sufre problemas estructurales, antiguos y nuevos, que le amenazan no solo con pérdidas humanas significativas en caso de una prolongación de la pandemia, sino también con graves consecuencias económicas y sociales.
Artículo publicado originalmente en Orient XXI el 3 de junio de 2020. Traducido y publicado en Viento Sur el 16 de junio de 2020.
Periodista tunecino, colaborador de Assafir al-Arabi (Líbano), miembro de la Red de Medios Independientes sobre el Mundoá Arabe. Este artículo fue escrito como parte de las actividades de la Red, en la que participa OrientXXI (orientxxi.info)