Maria Freire - 1954 - Sin título

Alzar las banderas del feminismo en las manos de todos los pueblos. Un llamado a la militancia anticapitalista

en Coyuntura

Estamos ad portas de un nuevo 8 de marzo y una nueva Huelga General Feminista que inaugura el año político, un año marcado por la llegada de un gobierno progresista al poder, por la redacción de una nueva Constitución, con prisión política vigente, con una guerra que estalla azotando las vidas de una clase que nada saca de ganancias, inundadas por el profundo dolor que nos produce el caso de violación organizada en Palermo a una mujer de 20 años. En momentos cómo éstos, reunimos energías para abrir un nuevo ciclo de lucha, pero también nos enfrentamos a las propias preguntas que guían nuestro actuar revolucionario; ¿cuáles son los roles que debemos asumir y las piezas que tenemos que mover para asegurar un desenlace de los procesos que están en curso que nos deje en mejor pie para las luchas venideras?

Estamos viviendo tiempos de cambio, tiempos donde los pueblos organizados han decidido dejar de exigir y, por el contrario, asumir todo el protagonismo posible para poner sobre la mesa su propio proyecto de transformación y continuar con la impugnación del régimen neoliberal abierto en octubre del 2019, en una intención destituyente/constituyente. Sabemos que cada organización por sí sola no logra consolidar la capacidad necesaria para incidir, pero si algo hemos aprendido en los últimos años es que, juntando nuestras fuerzas, podemos paralizar y movilizar todo. Y no solo eso, sino que también disputar nuestras demandas, tales como la democracia paritaria, el fin al extractivismo, la soberanía de los pueblos, el aseguramiento de derechos sociales para sostener nuestras vidas, entre tantas otras. La necesidad de articular un bloque que aúne los esfuerzos es sentida por muchas organizaciones que se reconocen anticapitalistas, feministas y que portan la intención de ser una alternativa contrapuesta al bloque dominante. La pregunta es cómo superamos las luchas fragmentadas y los sectarismos, y cómo nos dotamos de nuestras propias herramientas para levantar una actividad autónoma con respecto al gobierno de turno, asegurando así nuestra independencia de clase. 

Nuestra propuesta es la construcción de una alianza popular que integre una visión de pluralismo político y organizacional, y que multiplique sus capacidades al permitir la convivencia de diferentes tipos de organizaciones (sociales, políticas, territoriales, sectoriales, etc), entregándole una mayor capacidad de convocatoria y un rango de acción amplio y diverso. Una alianza que se exprese orgánicamente en un Frente Político Social que aglutine y organice la politización en curso.

En Solidaridad tenemos una apuesta clara: creemos que ese ejercicio de articulación debe ser conducido políticamente por el feminismo, en tanto ha probado sistemáticamente su capacidad para movilizar masas y de tomar la iniciativa en aquellos procesos de mayor relevancia en el último tiempo, no solo en el territorio local, sino que de manera transfronteriza. Y nos parece relevante explicitar esta visión, en tanto hemos visto, tanto dentro como fuera de las organizaciones que integramos, la resistencia para permitir que el movimiento feminista consolide su posición de avanzada en los procesos de lucha. Las organizaciones también reproducimos el orden social y las estructuras patriarcales, producimos dinámicas masculinizadas de hacer política que es necesario subvertir: los hombres, por su parte, limitando y adecuando sus formas, y las mujeres y disidencias, por la nuestra, tomándonos los espacios y haciendo un ejercicio activo de apropiación de las organizaciones. Creemos que esa es la primera condición para posicionar al movimiento feminista a la cabeza de los procesos de articulación.

Pero ¿qué significaría instalar una conducción política feminista en la construcción de un Frente Político Social y qué tareas concretas trae para las organizaciones políticas? A nuestro modo de ver, para responder esta pregunta hay que partir por explicitar en qué vemos tanta potencia, como un ejercicio de rescate de la pertinencia política e histórica que encarna el movimiento feminista.

El feminismo ha demostrado su capacidad de movilizar la conciencia de las mujeres y disidencias sexuales a partir de sus condiciones concretas de opresión. Con ello, ha logrado politizar las experiencias cotidianas y crear un relato que posiciona dichas condiciones en el ámbito de lo que nos es común. Así, al remarcar que la violencia que vivimos no es anecdótica ni individual, es capaz de disputar y condicionar el sentido común. Situaciones como la violación organizada en Argentina, nos hacen conectar con nuestra propia historia de vida, ya sea reconociendo las violencias a las que hemos sido expuestas/es o las violencias que hemos ejercido. Nos hace preguntarnos por las formas en que se expresa el poder en nuestras relaciones cotidianas, por los roles de género, por nuestros espacios seguros e inseguros, por aquellas estructuras sociales que habilitan ese tipo de situaciones.

No solo ha logrado remover la comprensión de nuestras vidas, sino que ha abierto y construido espacios, hitos, instancias donde es posible levantar una acción conjunta que, a su vez, nos consolida como sujetes con capacidad política para impulsar los cambios que necesitamos. Y no solo ha creado esos espacios, sino que lo ha hecho de manera creativa, renovando así los repertorios de lucha que las organizaciones políticas y sociales habíamos estado levantando. El rescate de la huelga general, con carácter transfronterizo, o “Un violador en tu camino” del colectivo Las Tesis son un claro ejemplo de ello.

Si bien el movimiento feminista ha fomentado la toma de conciencia especialmente de mujeres y disidencias sexuales, no se ha quedado ahí, sino que ha logrado nombrar aquellas condiciones de opresión que le son comunes a la totalidad de la clase trabajadora y que adopta ribetes específicos para mujeres y disidencias, pero también para niñes, adultes mayores, hombres, personas racializadas, migradas, pueblos originarios, etc. Esa capacidad de nombrar lo común y de reconocer detrás de ello las estructuras sociales que sostienen la violencia que vivimos, ha permitido articular luchas fragmentadas que antes se expresaban como marcos reivindicativos sectoriales y aislados. En esa posibilidad de articular, el movimiento feminista ha podido construir un programa de masas que abre la discusión sobre la ruptura con el régimen capitalista y la construcción de un proyecto alternativo de los pueblos que pone al centro nuestras vidas, dándole un lugar a todas aquellas demandas que los pueblos hemos venido construyendo desde hace décadas y rescatando dicha elaboración. De más está decir que ese contenido, nuestras vidas, cobra una profunda relevancia al alero de la revuelta popular del 2019 y el proceso constituyente que se abrió con ella. Esto ha tenido expresiones de activismo muy importantes, como la convocatoria a construir comandos de campaña para apoyar a Gabriel Boric y, con eso, frenar tajantemente en las elecciones presidenciales al sector fascista que amenazaba con precarizar aún más nuestras vidas, logrando convocatorias de 5.000 mujeres y disidencias solo dos días después de la primera vuelta presidencial.

La capacidad política del feminismo es innegable, la necesidad de su protagonismo no es una cuestión moral o de moda, sino que pasa por la potencia que tiene para movilizar nuestras subjetividades y organizar dicha politización.

Una conducción de cualquier tipo no pasa únicamente por las figuras líderes que se van constituyendo como referente para otres y que ostentan posiciones visibles, como un cargo de representación o una vocería, sino que también pasa por un contenido que hace sentido y que se enraíza en la acción de otres, logrando así amplificarse. Para asegurar una conducción feminista, su análisis y su programa deben enraizarse y amplificarse en las acciones de todas las expresiones organizativas de nuestra clase que hoy se disponen a disputar la orientación política del proceso de cambio que vivimos. Disputar sectores que se han visto debilitados, como el sindicalismo, por ejemplo, es una tarea de primer orden.

En los últimos años, los movimientos sociales han ocupado un rol fundamental para aglutinar los intereses organizativos de la clase trabajadora y han transitado un recorrido propio que hoy los tiene en proceso de articulación amplios e impulsando experiencias de autorrepresentación política en los espacios institucionales. Por supuesto que en la construcción de un Frente Político Social les cabe un rol central, pero también sabemos que la orientación política de las organizaciones sociales está permanentemente en disputa y que en dichas organizaciones conviven una serie de matrices políticas que van moldeando el actuar de cada una de ellas.

Estamos en un contexto de avanzada progresista, que recoge demandas construidas por los movimientos sociales, y particularmente por el movimiento feminista, y que podría determinar significativamente las condiciones de vida de la clase trabajadora. Pero sabemos que la socialdemocracia y el progresismo tiene límites, dado que no busca romper con el régimen actual y su contenido no se compone únicamente por los términos que utiliza, sino que por los intereses y necesidades de la clase que representa. Por ello, necesitamos profundizar y sostener incesantemente un sentido común feminista clasista, que supere la perspectiva liberal y que se disponga a permear al conjunto de los ámbitos posibles de politizar, sin encerrarnos en nuestras organizaciones feministas, sino que impregnando todos nuestros espacios vitales.

En la disputa y tensionamiento a la izquierda de este gobierno que asume en los próximos días, creemos que las mujeres y disidencias militantes anticapitalistas cargamos una importante tarea: poder ofrecer una visión y una alternativa de conjunto, que sintetice y aporte a la construcción y elaboración propias de los pueblos, extendiendo puentes entre diversas organizaciones. Y no solo asumir tareas en el sostén de los procesos de articulación, sino que pasar al frente de nuestras organizaciones y desplegar la potencia feminista que portamos. Queremos finalizar haciendo un llamado a las compañeras y compañeres militantes anticapitalistas y feministas a articularnos y a levantar la conducción política desde nuestras organizaciones para disputar la dirección de este proceso de cambio. Un feminismo anticapitalista debe disponerse a subvertir todas aquellas condiciones que nos oprimen como clase, incluidas las violencias particulares que vivimos por nuestras condiciones de género. Las mujeres y disidencias que militamos en organizaciones mixtas tenemos la posibilidad de disputar la actividad conjunta de la izquierda que se llama a sí misma revolucionaria y de las diversas organizaciones que encarnan los intereses más sentidos de nuestra clase. Esta tarea es urgente: poder posicionar un contenido que, más allá de reformas a medias que no rompen con los intereses de los poderosos, ponga al centro la defensa y la dignificación de la vida, esa vida que nos deben.

Autor/a
Gabriela Jadue

Militante de Solidaridad

Autor/a
Natalia Pereira

Militante de Solidaridad

Autor/a

Terapeuta ocupacional, activista del Movimiento Salud para Todas y Todos (MSPT) y militante de Solidaridad.

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