JOAN MIRÓ (1950) EL SOL ROJO

Izquierda y Masculinidad en el Chile actual. Desafiando la Restitución del Orden

en Debate

Este escrito se enmarca en un contexto de avance de las agendas patriarcales y autoritarias en Chile, posterior a la revuelta de octubre de 2019. A pesar de que este evento marcó un proceso de politización masiva con un fuerte protagonismo feminista dentro de la clase trabajadora, esta tendencia se vio contrarrestada por un giro hacia la restauración del orden y la moral liderado por los principales medios de comunicación, expresivos del interés de la burguesía nacional.

En vista de que los movimientos sociales se nutrieron del esfuerzo en la Convención Constitucional, pero se han debilitado desde el triunfo del Rechazo en septiembre de 2022, en las siguientes páginas espero ayudar a que re imaginemos posibilidades de organización y lucha anticapitalista a partir de ciertos vacíos en los sectores antipatriarcales. Particularmente, intentando un balance de lo que fueron los colectivos de hombres en Chile, cuestión que hemos postergado por varios años quienes tuvimos esas experiencias.

Sobre esa base, quisiera recoger algunos aprendizajes que contribuyan a la activación de fuerzas sociales latentes que carecen de un espacio para convertirse en acción política antipatriarcal, y facilitar nuevos encuentros en este difícil presente de múltiples crisis, por lo que el texto cierra con algunas preguntas y propuestas contingentes.

Colectivos de hombres

Hace diez años, cuando las marchas del 8 de marzo aún no se situaban entre las más grandes de la historia del país, aquellas protestas solían convocarse de manera abierta y, en ellas, también marchábamos hombres que no teníamos problema en declararnos abiertamente feministas.

A mediados de la década el panorama se volvió distinto. Ante la falta de mecanismos colectivos y recursos teóricos para abordar la violencia patriarcal en los espacios mixtos, que usualmente era sucedida por revictimización e impunidad, se masificó una estrategia de feminismo separatista. Las manifestaciones feministas se volvieron cada vez más masivas, y la retirada de los hombres que aún querían organizarse se tradujo en la creación de colectivos de varones, orientados en función del separatismo, en los cuales nos disponíamos a hacer nuestra parte del trabajo.

Estos grupos se fueron constituyendo a partir de miembros de organizaciones de izquierda que en ellas no encontraban un espacio lo suficientemente receptivo para esta emergente inquietud militante. Nacieron así en múltiples regiones los círculos, asambleas y colectivos de hombres anti patriarcales. En numerosos casos, fueron el primer lugar donde poder abrirse emocionalmente con otros hombres en un ambiente constructivo y de contención, que no encontrábamos en la amistad masculina convencional ni en las dinámicas tradicionales padre-hijo (en caso de haber tenido padre), por lo que fueron biográficamente importantes.

El colectivo en que participé, que es la experiencia desde la cual ahora reflexiono, iniciaba cada reunión preguntándose cómo estábamos, de forma que antes de dar discusiones políticas, teóricas o de planificar nuestro activismo, pudiésemos saber si alguno necesitaba un momento de contención. Este enfoque en el bienestar y salud mental daba estabilidad al grupo. Luego, dialogando a partir de situaciones cotidianas y de autoras que leíamos, se daba el fenómeno de explorar grupalmente los puntos ciegos personales: nos reconocíamos como hombres imbuidos en el patriarcado y, al cuestionarnos, cada uno descubría ciertas cosas que cambiar, abandonar, mejorar o ceder y las compartía con los demás, recibiendo a su vez las reflexiones del resto del grupo.

Mantuvimos ciertos criterios, por ejemplo, equilibrar teoría y práctica de forma tal que nuestras reflexiones se incorporasen a una planificación de actividades que el colectivo organizaba para socializarlas. Solo realizábamos actividades o aceptábamos invitaciones en las que fuésemos a trabajar con hombres, y esto se hacía difícil de llevar, porque frecuentemente llegaban mujeres solicitando participar. Otro criterio que adoptamos fue posicionarnos junto a las disidencias sexuales, tanto en las protestas como en cada instancia donde pudiésemos cuestionar la noción hegemónica de diversidad, debido a su protagonismo gay y se despreocupación por lesbianas, personas trans, travestis, así como por invisibilizar la conexión del patriarcado con el capitalismo y el racismo.

No obstante, si observásemos la generalidad de los colectivos de ese entonces, veríamos que estos podían tener diferentes orientaciones. Probablemente hoy la más conocida sea la versión liberal-progresista de la “deconstrucción” que lleva a “nuevas masculinidades”; pero hacia la izquierda también hubo colectivos que apuntaron a prefigurar masculinidades “disidentes”, “críticas”, así como otros grupos que apostaban por la superación/destrucción de la masculinidad, razonando que sólo podría existir una humanidad liberada de la violencia del género cuando la masculinidad, en cualquiera de sus formas, dejase de existir.

Aquellas expresiones de izquierda empujaban a que el conjunto de los movimientos sociales tomase la superación del patriarcado como una causa propia. Militando el antipatriarcado, pasábamos de reflexionar en nuestros colectivos a socializar problematizaciones de la masculinidad en múltiples espacios: talleres en colegios, encuentros con sindicalistas, ciclos de cine, y una serie de acciones socioeducativas que realizamos esperando aportar, poco a poco, a una transformación social de gran escala. No alcanzamos a ser un movimiento social, la duración de estos grupos fue efímera. Aun así, quedaron antecedentes de articulación.

ELVA en Chile

Para esa generación de colectivos, la instancia donde estuvo en juego alcanzar un mayor nivel organizativo fue el sexto Encuentro Latinoamericano de Varones Antipatriarcales (ELVA), realizado en Chile por primera vez el año 2017[1] luego de cinco encuentros acontecidos en Argentina[2]. El evento en nuestro país convocó alrededor de 200 personas, entre colectivos e individualidades, con presencia de varios países de la región, en miras de hacer un diagnóstico latinoamericano sobre el cual proyectar nuestro trabajo[3]. Durante el fin de semana en que se realizó el evento, los organizadores conformaron grupos al azar y desplegaron simultáneamente múltiples actividades lúdicas que facilitaron la reflexión.

El conjunto de sus actividades tendía a la incomodidad productiva (Azpiazu Carballo, 2017), es decir, a facilitar espacios en los cuales “hablar, proponer y pensarnos con tranquilidad y calma, pero de los cuales no saldremos cómodos ni tranquilos, sino con más preguntas, incertidumbres e inseguridades que al principio y sin carta blanca para permanecer inmóviles por no saber qué hacer” (pág. 120). Lo anterior sirvió especialmente para abrir discusiones más teóricas, como la del quehacer con los privilegios masculinos, pero también acompañó dinámicas de exploración sin juicios de nuestra corporalidad y sus sensaciones en formas no masculinas, guiados por talleristas que propiciaron danzas, juegos o movimientos donde cada uno podía hallarse en expresiones nuevas, femeninas o ajenas al binarismo.

Recuerdo que con el Colektivo Tué-Tué viajamos de Concepción a Santiago a proponer en el encuentro ciertos marcos de comportamiento funcionales al feminismo, tales como mantener un bajo perfil de nuestro activismo frente a las mujeres y, en cambio, visibilizarlo más en los espacios masculinizados, especialmente entre hombres que se resisten a cuestionarse. Se trataba de romper la complicidad machista, por un lado, y de otro ejercer el recurso de la ausencia, “que puede tener más incidencia que cualquier otra acción; abandonar o no optar a los espacios de poder y visibilidad” (Pág. 122) sin hacerlo notar, sin buscar reconocimiento. Así era nuestra posición, a pesar y debido a que el “auto bombo” era vicio que teníamos nosotros mismos, y lo considerábamos extendido en los demás colectivos.

Durante el fin de semana del evento, cada asistente participó de diferentes dinámicas sucedidas por actividades de balance en las que se podían expresar diferencias de opinión sobre el quehacer. De tal manera, el ELVA 2017 hizo de corolario a un esfuerzo de coordinación entre las organizaciones de hombres anti patriarcales que mantenían un funcionamiento estable en el país, el cual demostró la dependencia que teníamos de las organizaciones de Santiago, así como las condiciones de precariedad de quienes integrábamos los colectivos, escasos de recursos para financiar el evento o asistir al mismo desde diversas regiones.

Unos esperaban que el ELVA fuese el momento de dar discusiones con miras a mediano y largo plazo, en las que claramente se anticipaban diferencias, mientras otros esperaban que fuese un evento iniciático, que facilitase el comienzo de una (auto)crítica con perspectiva feminista para aquellos que asistieron por primera vez a un espacio de hombres con estas preocupaciones. Sin embargo, la instancia no alcanzó para concretar estas intenciones, y si bien hubo colectivos que estrecharon lazos con otros grupos latinoamericanos[4], lo cierto es que en el encuentro en Chile no elaboramos un programa ni avanzamos a un mayor nivel organizativo, por lo que tampoco regresamos a los movimientos sociales con nuevo impulso.

Masificación del feminismo y fin de los colectivos de hombres

Al observar la trayectoria de los esfuerzos eficaces por transversalizar el antipatriarcado, destaca la vía adoptada por el movimiento feminista de mujeres y disidencias que, con articulaciones frecuentemente separatistas, ha logrado ocupar un rol de movimiento social protagónico para la política del país en los años recientes.

Agrupando mujeres y disidencias sexuales, en abril del 2018 la Coordinadora Feminista 8 de Marzo (CF8M) se propuso transversalizar el feminismo de manera tal que permease todos los movimientos sociales (La Huelga General Feminista ¡VA! Historias de un proceso en curso, 2021, pág. 228), desplegándose hasta el presente con perspectiva interseccional entre sindicatos, organizaciones de pobladoras, estudiantes, ambientalistas, de DD.HH., pueblos originarios, artistas y migrantes.

En sintonía con este objetivo, la marcha del 8 de marzo de 2019 en Santiago fue inédita en su masividad en comparación a cualquier otra en el Chile de la postdictadura; posteriormente, en la revuelta iniciada en octubre del mismo año, el movimiento feminista irrumpió a modo de “revuelta dentro de la revuelta” en todo el país[5]; y el 8 de marzo de 2020 volvió a demostrar su potencial movilizador de masas, siendo la última protesta de gran convocatoria antes de que iniciase la cuarentena, voluntaria, a la que se sometió el pueblo frente a la llegada del coronavirus dada su desconfianza hacia el manejo de la pandemia que tendría el gobierno de Piñera en medio del periodo de mayores violaciones a los DD.HH desde la dictadura.

Como señalamos en el apartado precedente, los círculos de hombres también apuntaban a la transversalidad, aunque sin éxito, y cabe preguntarse por qué.

Ante la ola de denuncias por violencia de género -fenómeno que se tornó mundial el 2017- los colectivos de hombres se vieron interpelados con acusaciones a sus integrantes. Carentes de mecanismos anti punitivistas para abordar los ejercicios de violencia patriarcal y eventuales procesos de reparación, o bien con protocolos de violencia de género que nunca lograron resolver satisfactoriamente las acusaciones[6], estos grupos se desarticularon, así como un sinnúmero de colectividades de izquierda. De estos tiempos nos quedaron preguntas que siguen vigentes, por ejemplo, ¿cómo conciliar la amistad con el antipatriarcado cuando es un amigo quien comete abuso sexual? ¿la única opción es un desencuentro irreconciliable? Personalmente creo que hay una oportunidad transformadora en resolver este dilema, lo cual, por supuesto, no quita que se requiera disposición de cambio y un gran trabajo para el que hoy no tenemos receta ni garantías.

En aquel periodo de algidez, los colectivos antipatriarcales no lograron responder satisfactoriamente al cuestionamiento de porqué estaban generando espacios excluyentes, solo para hombres, en la búsqueda de soluciones para un problema social en que los hombres mismos aparecían, intuitivamente, como un homogéneo universo de victimarios. En tal circunstancia, su ethos agrupador de hombres quedó en contradicción irresoluble con su telos creativo de espacios disidentes libres de machismo; es decir, la voluntad y la calidez misma de reunirse a conspirar se perdió al auto percibirse como un grupo de opresores. La lectura que se instaló fue que cualquier espacio de hombres es intrínsecamente patriarcal, en un contexto donde se normalizó definir punitivamente la identidad de una persona en función de cualquier comentario o conducta equivocado. Si hiciste algo machista, eres machista, y si en el colectivo hay un machista, probablemente se trate de un grupo de encubridores o cómplices.

Masculinidad fuera de la izquierda

Para los hombres y diversidades que hacen activismo fuera de la izquierda las cosas se dieron bastante diferente. Fundaciones y agrupaciones como Iguales o el MOVILH, recurrentemente criticadas desde nuestros colectivos tanto por su liberalismo como por su composición de género y clase (hombres de sectores acomodados, típicamente de derechas), no vivieron esta crisis. Por su parte, en medio de la revuelta nació un partido de hombres, el Partido De la Gente (PDG), y tras la insistencia en 2011 del actual gobierno de llevar a cabo un segundo proceso constitucional, aún a sabiendas de que sería liderado por la derecha, ha retomado su protagonismo el ultraderechista Partido Republicano (PR).

Tanto el PDG como el PR son partidos de hombres: liderados por hombres, con rasgos machistas, y votados principalmente por hombres. Este perfil, coincidentemente, es el de los partidos de ultraderecha en el mundo (Rovira, 2023).

Fundado por astutos burgueses dispuestos a aprovechar las dificultades económicas de la población, el PDG se organizó en torno a Franco Parisi, deudor alimenticio y acusado de acoso sexual en EE. UU. que postuló dos veces a la presidencia de Chile. Sin embargo, algo que distingue a este partido de los demás (no solo de derecha) es tener un presidente de partido de clase trabajadora: el exoperador portuario Luis Moreno. Esto refleja cómo el PDG capitalizó el malestar y los deseos neoliberales de hombres de clase trabajadora que han sentido amenazada su masculinidad por los avances del feminismo en un periodo de crisis política.

En el congreso, el PDG se ha aliado con el PR para impulsar una agenda legislativa destinada a socavar los avances de la agenda feminista de los años recientes. Esta estrategia por aumentar la precarización de las mujeres, disidencias y niños/as, es también una manera de regresar el protagonismo de la política a los hombres de siempre, históricamente promotores del patriarcado.

En las elecciones presidenciales de 2021, durante la segunda vuelta entre Boric y Kast, el PR destacó en la prensa por su enfoque en la cuestión migratoria, adoptando posturas racistas que atrajeron votos hacia Kast. Sin embargo, un segmento considerable de sus potenciales votantes optó por no respaldar a Kast debido a sus declaraciones discriminatorias hacia las madres solteras y su intención de cerrar el Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género (Rovira, 2023). Estos votantes, a pesar de su alineación política de derecha, demostraron que las preocupaciones feministas en torno al género trascienden todo el espectro político en la sociedad actual. Entonces la ultraderecha en Chile, así como sucede globalmente con las ultraderechas, es combatida principalmente por mujeres, en lo social y también en lo electoral, donde fueron un actor clave para impedir la llegada de Kast a La Moneda.

Hoy en el Congreso y en la redacción de una nueva Constitución tenemos fuerzas que, por y para los hombres, sostienen un proyecto patriarcal. Entretanto, los hombres y disidencias masculinizadas afines al antipatriarcado permanecemos políticamente disgregados y, salvo excepciones, en silencio.

Un vacío político

Los colectivos de hombres, posicionados fuera de la institucionalidad estatal, funcionaron sin articulación ni programa. Nuestras colectividades se disolvieron, incapaces de gestionar denuncias de violencia de género dirigidas a sus miembros (factor interno), en medio de cuestionamientos desde otros sectores antipatriarcales (factor externo) hacia los espacios conformados exclusivamente por hombres en los que, ciertamente, manteníamos una praxis reactiva, pues tendimos al inmovilismo político siempre que nos faltó la certeza de que nuestro quehacer recibiría una valoración positiva de las feministas.

Con la disolución de los colectivos, la postura política que encarnábamos quedó -casi al tiempo de su nacimiento- sin posibilidades de disputarse en los espacios masculinizados del pueblo. Aquella era la postura según la cual el patriarcado no es inherente a la humanidad, sino que la perjudica a ella toda, dañando inclusive a los hombres, y para superarlo nos encontraremos inevitablemente enfrentados al capitalismo y su racismo. De gran manera Cinzia Arruzza (Reflexiones Degeneradas: Patriarcado y Capitalismo, 2017, págs. 26, 42) -a quien lamentablemente muchos de nosotros no conocíamos en ese tiempo, pero hoy nos entrega claridades- ha señalado que en ningún país capitalista existe un sistema patriarcal que sea autónomo del capitalismo y, por lo tanto, ni el capitalismo es un sistema meramente económico, ni el patriarcado funciona de manera autónoma. Hoy podríamos tomar como un buen punto de partida reflexivo el hecho de que nunca ha existido una formación social capitalista carente de opresión de género, pues donde hubo diferencias de género preexistentes, el capitalismo se valió de ellas, y donde estas diferencias no existían, las introdujo.

No obstante, quienes por aquel entonces integramos los círculos de hombres, nos seguimos encontrando frecuentemente en otras instancias: en las luchas ambientalistas, en las luchas por la vivienda, salud y condiciones laborales dignas, DD.HH., por una mejor educación, contra el racismo o la discriminación a migrantes, etc. Como se hace evidente, estuvimos y seguimos estando en los movimientos sociales, y nos enfrentamos hoy a la tarea de prefigurar en ellos un proyecto antipatriarcal. Las organizaciones de izquierda han descubierto que mantenerse en el tiempo depende de hacerse cargo del patriarcado a la interna, han cuestionado sus reticencias a despatriarcalizarse, por lo que hoy existe una madurez colectiva diferente, fértil para discusiones estratégicas y orgánicas con perspectiva feminista.

La energía y disposición para enfrentar el patriarcado no solo permanece en muchos de quienes otrora participamos en colectivos, sino que se encuentra extendida más allá, en amplios sectores masculinizados de la clase trabajadora que han sufrido la precarización de la vida en un periodo histórico de crisis sanitaria, política, ecológica y económica. El presente nos invita a pensar bajo qué formas podríamos reunirnos, más ampliamente, quienes hoy no tenemos un espacio para militar el antipatriarcado.

Las políticas de identidad

Organizar colectivos de hombres fue un ensayo, un intento generacional, si bien manchado por la autocomplacencia y el moralismo de estos espacios, por colocarnos a la altura de las circunstancias en torno a una ética feminista, según la cual a los hombres no nos correspondía un rol protagónico en la lucha antipatriarcal. Fallamos, pero tal vez descubrimos que gran parte de la militancia antipatriarcal estaba, y sigue estando, envuelto por el problema del paradigma liberal de las políticas de identidad.

Las políticas de identidad, tan válidas como sentido común en la izquierda, establecen que en las luchas sociales los únicos sujetos válidos -ya sea como miembros, voceros o líderes- son aquellos directamente violentados por la opresión de la que se trate. Operan en el plano individual, pues descartan de facto proyectos fundados en identidades colectivas, transformadoras.

Como lo explicó Mark Fisher (Salir del Castillo de Vampiros, 2019), bajo las políticas identitarias, las luchas sociales no buscan popularizar una posición o incorporar más gente. Según su lógica solo pueden abrazar una misma bandera quienes comparten las mismas experiencias particulares de opresión. Lo anterior genera en las organizaciones un moralismo divisionista que se vale de un falso manto interseccional, un ánimo de permanecer en posición de superioridad moral, cuestión que hoy podemos ver en colectividades que constantemente deben lidiar con el riesgo de atomizarse por criterios de género, condiciones laborales, racialización, migración, capacitismo, y un infinito etc.

Aunque no lo parezca -señala Fisher- nos hemos acostumbrado a que mientras más culpa exprese un activista, mejor, pues sentirse mal es visto como signo de comprender las cosas, de tomarlas en serio. En la década anterior, valiéndose de nuestros sentimientos de culpa y orientándolos hacia al sectarismo, las tendencias identitarias expandieron rápidamente en el mundo del activismo antipatriarcal la idea de que los hombres no pueden ser feministas. Recuerdo cómo esa bomba nos explotó en la cara: en el Colektivo Tué-Tué habituábamos demostrar culpa para enfatizar la importancia de nuestras posiciones, pues mostrarnos culposos era una forma de validar nuestra militancia, pero a la hora en que funaron a un compañero, entramos en un espiral de acusaciones (sin acompañamiento, sin reparación) que desintegraron el colectivo en tiempo récord.

Quisiera presentar dos breves reflexiones -sin certezas- sobre el identitarismo, una específica sobre el feminismo y otra en torno a la participación popular en un ensayo constitucional.

Con respecto a la discusión sobre si los hombres pueden ser feministas, la reflexión no es mía, sino que comparto una de Luciano Fabbri (2019): “No creo que los varones cis tengamos que disputar un lugar, un reconocimiento o una credencial como feministas, sino hacer del feminismo una mirada para problematizar nuestras relaciones y nuestras prácticas. En este sentido planteo que varón feminista no es una identidad, sino una relación”.

Por otra parte, la colaboración entre diversos movimientos sociales proporcionó un ejemplo a retomar sobre cómo hacer política de izquierda sin caer en el identitarismo liberal. Los Movimientos Sociales Constituyentes (MSC) abogaron por una igualdad sustantiva, que se plasmó en una propuesta constitucional que terminaba con una de las peores expresiones que puede tener el identitarismo en una constitución: el Estado subsidiario, que en su identidad burguesa se despliega atomizando constantemente al pueblo. Paradójicamente, en parte esta propuesta fue rechazada debido a la acusación -ampliamente difundida por los medios de comunicación dominantes- de ser una constitución centrada en la identidad. Esto ocurrió a pesar de que se presentó un proyecto que abogaba por la plurinacionalidad, respaldaba los derechos de sindicalización y huelga, inclusive la negociación por rama, tenía un enfoque ecológico, con paridad de género, pro reinserción social, y defendía la dignidad de las disidencias sexuales, etc. Es decir, apuntaba estructuralmente a mejorar las condiciones de vida, con independencia de la identidad de cada persona o grupo.

Propuestas para el presente

Actualmente, la ultraderecha politiza a su favor los malestares masculinos, de los cuales no se ocupa empáticamente ningún sector político. El mandato de ser el hombre proveedor en contexto de crisis económica es un verdadero martirio para los trabajadores; es frecuente la carencia de medios para llevar una vida sexual sana y placentera; no se abordan públicamente las causas de una mayor tasa de suicidio en hombres, etc. Sería ideal que un proyecto cuyo horizonte es la emancipación humana hable transversalmente sobre el daño que hace el patriarcado, incluido a los hombres y disidencias masculinizadas que no ostentamos el poder político y económico en una sociedad capitalista y racializada.

Considero que el identitarismo liberal nos distrae del hecho de que no hay dominantes sin dominados y viceversa. ¿Mujeres y disidencias pueden liberarse de la opresión de género sin que lo hagan también los hombres? Al respecto Clara Serra (2022) nos ha invitado a pensar que no, porque es la estructura la que debe ser superada. Y lo mismo con el racismo y con la clase. Desatender estos asuntos ha facilitado que la ultraderecha se alimente de ellos para crecer, ofreciéndoles nacionalismo y un patriarcado sin fisuras a los hombres que, ante los cuestionamientos feministas a la masculinidad hegemónica y la llegada de migrantes en busca de trabajo, han sentido atacados ciertos pilares de su identidad.

El patriarcado no se trata de un problema sectorial que incumba solo a mujeres y disidencias, quienes por supuesto han conseguido los mayores logros en esta lucha. Personalmente, considero que para reorganizarnos lo ideal sería hacerlo transversalmente: mujeres, disidencias y hombres, superando orgánicamente el binarismo genérico con un proyecto feminista de horizonte emancipatorio. La estrategia nos demandaría, asimismo, combatir el relato punitivista y racista que deja tanto a la población migrante enfrentada a las peores caras del patriarcado, como a la ultraderecha disfrazada de vanguardia.

Quisiera dejar abierta la pregunta sobre cómo organizarnos. ¿Creamos algo nuevo? ¿Aportaríamos más en algún proyecto ya existente? ¿Son replicables las formas con las que ciertos feminismos han logrado avances? ¿Qué condiciones posibilitan la sana convivencia en una militancia mixta/no binaria?

Entretanto, considero que hay demandas dotadas de un horizonte programático que pueden convocar sectores como los descritos en este texto que hoy no están organizados. Sin ir más lejos, para las actuales generaciones de adultos la carencia de educación sexual integral (ESI) es un pilar fundante de su construcción de género, siendo además el sistema educativo un lugar por el que pasan la gran mayoría de los varones (Fabbri, 2019), lo cual realza el potencial programático de luchar por la ESI como un derecho. A este y otros problemas, como la negación del aborto libre, o al acceso digno a salud y trabajo para la población trans, ¿no sería bueno que se acercaran a aportar humildemente los hombres cis, con los aprendizajes de los años recientes?

Frente a la abundancia de asuntos peliagudos que tenemos por debatir, pienso que conviene reaprender a construir camaradería y solidaridad, de manera tal que los desacuerdos, inevitables para quienes encarnan cualquier proyecto político, se puedan tratar sin miedo a la exclusión. Quisiera que respondamos al llamado que nos hizo Virginie Despentes en Teoría King Kong (2022) y entreguemos también a los hombres y disidencias masculinas un proyecto emancipatorio, haciéndonos cargo fraternalmente de las resistencias que acompañan naturalmente a los procesos de cambio. Así, podríamos superar las actuales limitaciones de los movimientos antipatriarcales y trasladar nuestra utopía, en una época donde la izquierda se haya profundamente nostálgica de ellas (Traverso, 2022), al terreno de lo posible.

Referencias

Arruzza, C. (2017). Reflexiones Degeneradas: Patriarcado y Capitalismo. En Grupo de Estudios Feministas, Género y Capitalismo. Debate en torno a Reflexiones Degeneradas (págs. 21-52). Grupo de Estudios Feministas.

Azpiazu Carballo, J. (2017). Masculinidades y feminismo. Barcelona: Virus.

Convención Constitucional. (2022). Propuesta Constitución Política de la República de Chile. Santiago de Chile: LOM ediciones.

Coordinadora Feminista 8 de Marzo. (2021). La Huelga General Feminista ¡VA! Historias de un proceso en curso. Santiago: Tiempo Robado editoras.

Despentes, V. (2022). Teoría King Kong. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Literatura Random House.

Fabbri, L. (2018). Apuntes sobre feminismos y construcción de poder popular. Santiago: Proyección editores, Tiempo Robado editoras.

Fabbri, L. (15 de Octubre de 2019). «Varón feminista no es una identidad, sino una relación». (C. Loyola, Entrevistador) Obtenido de https://elgritodelsur.com.ar/2019/10/nuevas-masculinidades-lucho-fabbri.html

Fisher, M. (6 de Julio de 2019). Salir del Castillo de Vampiros. Obtenido de Sinpermiso: https://www.sinpermiso.info/textos/salir-del-castillo-del-vampiro

Polémica. (11 de Octubre de 2017). ELVA 2017 en Chile. Obtenido de @periodicopolemica: https://web.facebook.com/media/set?vanity=periodicopolemica&set=a.1935181733410583

Rovira, C. (2023). La ultraderecha y el (anti) feminismo: el caso de Chile. Universidad Diego Portales. Obtenido de https://www.youtube.com/watch?v=wZtv6Duf2Rw&list=LL&index=4&t=2528s

Serra, C. (22 de Agosto de 2022). Por un feminismo para todo el mundo. Obtenido de JACOBIN: https://jacobinlat.com/2022/08/22/un-feminismo-para-desactivar-la-reaccion-3/

Traverso, E. (2022). Melancolía de izquierda. Marxismo, historia y memoria. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.


[1] Anecdóticamente, aquel fin de semana de octubre llegaron a la sede del evento, con intención de funarlo, militantes de Capitalismo Revolucionario, un emergente grupo de jóvenes ultraderechistas. Esta colectividad de hombres -que hizo grupos de choque el 2020, en el marco de la campaña por el Rechazo a iniciar un proceso que cambiase la Constitución de Pinochet-, ejemplifica a pequeña escala la animadversión de la ultraderecha contemporánea hacia el antipatriarcado.

[2] En Argentina los encuentros habían pasado de convocar aproximadamente cincuenta personas el 2012 a unas cuatrocientas en 2016, de acuerdo con los documentos de síntesis.

[3] El programa de actividades del evento puede encontrarse en el sitio web: Encuentro Latinoamericano de Varones Antipatriarcales

[4] Estos colectivos no eran homogéneos. Particularmente desde Argentina asistieron grupos con significativa diferencia de perspectivas sobre cómo militar el antipatriarcado, pero ante mi desconocimiento de las corrientes políticas argentinas que allí se expresaron me abstendré de profundizar en el tema.

[5] De este fenómeno da cuenta la globalización de la performance “Un violador en tu camino”, del Colectivo LASTESIS, en un momento en que las protestas en Chile concitaban gran apoyo internacional.

[6] Cabe destacar, eso sí, que los esfuerzos por elaborar protocolos ante la violencia de género siguen siendo recogidos por organizaciones de diverso tipo que pretenden abordar esta problemática con lógicas no punitivistas.

Autor/a

Sociólogo, ex integrante del Colektivo Tué-Tué

Agregar un comentario

Your email address will not be published.

*

Lo último de Debate

Ir al INICIO
Saltar a la barra de herramientas