Después del bajón pandémico, ¿qué sigue? Entrevista a Michael Roberts

en Coyuntura/Entrevistas

Publicada en Spectre Journal el 25 de febrero, 2021
Traducción para Posiciones de Pablo Abufom S.

Ashley Smith: La última vez que hablamos estábamos en las primeras fases de la pandemia y la recesión mundial. Has afirmado que el sistema se dirigía a la crisis antes de que la pandemia la desencadenara. ¿Cuál es el estado general de la economía mundial, especialmente de sus centros clave como Estados Unidos, la Unión Europea y China?

Michael Roberts: Creo que ha pasado casi un año desde la última vez que hablamos de la economía mundial. En aquel momento, como dices, señalé que las principales economías capitalistas ya se estaban deslizando hacia una recesión largamente demorada a medida que la producción industrial, la inversión, el comercio y el crecimiento de las ganancias se ralentizaban hasta convertirse en un goteo, y algunos países como Japón, así como algunas grandes economías denominadas “emergentes” como Argentina, Turquía y México, ya estaban en una depresión.

Pues bien, en el último año, la pandemia de COVID y los consiguientes cierres y aislamiento social, etc., han provocado la mayor caída de las principales economías en casi 100 años. En el caso del Reino Unido, ¡es la caída más profunda en 300 años!

Durante el verano pasado, se esperaba que la mayoría de las economías pudieran recuperarse rápidamente al disminuir los casos de COVID. Pero entonces se produjo una segunda oleada “invernal” de infecciones, y se volvieron a imponer los cierres que se habían relajado. En el caso de EE.UU., no hubo realmente una “segunda oleada”, ya que los casos apenas descendieron a lo largo del año porque muchos estados no impusieron las restricciones adecuadas y optaron por “mantener la normalidad”.

Pero la evidencia es clara. Los países que impusieron cierres firmes y distanciamiento social con el apoyo de la población tuvieron tasas de mortalidad mucho más bajas y sufrieron las menores reducciones de la actividad económica, los ingresos y el empleo. No hubo ninguna contradicción entre salvar vidas y asegurar los medios de subsistencia.

A finales de 2020, el 93% de todos los países del mundo estaban en crisis. La producción nacional de estos países se había contraído entre un 5 y un 15 por ciento, junto con la inversión y el empleo. La economía de EE.UU. se contrajo menos que las demás, entre un 4 y un 5 por ciento, pero el empleo se redujo en más de 20 millones de personas y el desempleo aumentó hasta cerca del 15 por ciento. La economía japonesa también se redujo entre un 6% y un 7%.

Pero Europa fue la más afectada. La economía del Reino Unido se contrajo un 10 por ciento tras sus desastrosas políticas de supresión de COVID combinadas con la incertidumbre comercial del Brexit. España se contrajo aún más, mientras que las economías de la zona euro en promedio disminuyeron entre un 6 y un 9 por ciento.

Sólo una gran economía evitó este desastre: China. Las drásticas medidas de supresión del COVID impuestas por el régimen, junto con la organización masiva por parte del Estado del testeo y el seguimiento, los sistemas de salud y la dirección de las inversiones, condujeron a reducciones muy rápidas de las infecciones. Las muertes por millón fueron las más bajas entre las principales economías.

Los países que impusieron cierres firmes y distanciamiento social con el apoyo de la población tuvieron tasas de mortalidad mucho más bajas y sufrieron las menores reducciones de la actividad económica, los ingresos y el empleo. No hubo ninguna contradicción entre salvar vidas y asegurar los medios de subsistencia.

Así, en la segunda mitad de 2020, la economía china comenzó a expandirse de nuevo. Se trataba de una recuperación en forma de V, algo que la administración Trump afirmaba que ocurriría en Estados Unidos el año pasado por estas fechas y que la mayoría de los principales pronosticadores esperaban para las economías del G7. ¡De hecho, a finales de 2020, la economía de China se había expandido alrededor de un 2-3 por ciento en comparación con 2019!

En mi opinión, independientemente de lo que podamos pensar sobre la naturaleza del régimen chino en materia de derechos humanos y democracia, lo que la historia de China mostró fue que la inversión planificada por el Estado en los sistemas de salud, la industria y el comercio demostró ser muy superior para hacer frente a la pandemia de COVID que las economías de mercado del G7.

AS: ¿Qué impacto han tenido la pandemia y la recesión mundial en el Sur global? ¿Se dirigen estos estados y economías hacia otra crisis de la deuda? ¿Cómo les afectará a ellos y al resto del mundo?

MR: La pandemia de COVID ha tenido consecuencias desastrosas para el llamado “Sur global”. Muchos de estos países, sobre todo los más pobres en renta per cápita, ya tenían problemas económicos antes de que llegara la pandemia. Muchos de ellos tenían una importante deuda con las empresas e instituciones financieras del Norte imperialista. Sus sistemas sanitarios estaban enormemente desfinanciados, eran débiles y estaban privatizados en su mayoría.

Muchos trabajadores del Sur global trabajan en el sector informal, sin empleo fijo ni posibilidad de trabajar desde casa, como podía hacer una parte considerable de los trabajadores más acomodados del Norte. Por lo tanto, se ven obligados a ir a trabajar para los empleadores o a mantener sus negocios con grave riesgo de infección. Como resultado, la propagación del virus fue grave en países como México, Brasil, Ecuador y Perú.

En los países con una población relativamente más joven, en los que cabía esperar una menor tasa de mortalidad, aun así no hubo escapatoria. India ha sufrido la mayor contracción económica de las grandes economías “emergentes”, y la economía de Sudáfrica (que ya estaba en recesión antes del COVID) se ha desplomado. El desempleo ha aumentado en todo el Sur global en más de 150 millones. Y la limitada mejora de los índices de pobreza en estos países lograda en la última década se ha invertido por completo.

De cara al futuro, como dices, hay muchas posibilidades de que se produzcan graves “acontecimientos” relacionados con la deuda durante 2021 y 2022. Los organismos internacionales como el FMI y el Banco Mundial sólo han ofrecido “alivio de la deuda”, es decir, tipos de interés más bajos o más tiempo para pagar. Pero los gobiernos que dirigen estos organismos se han negado a aceptar la cancelación de la deuda, que se acumulará en relación con la producción nacional y la capacidad de pago en los próximos años.

AS: La respuesta a la pandemia de muchos de los estados capitalistas avanzados se ha dividido entre cierres seguidos de aperturas prematuras y luego otra ronda de cierres. ¿Por qué?

MR: Los gobiernos de las principales economías no estaban en absoluto preparados ni dispuestos a hacer frente a la pandemia de COVID de forma adecuada. Los gobiernos han estado reduciendo los sistemas de salud y privatizando durante décadas; y las grandes compañías farmacéuticas no investigaron las vacunas contra los patógenos, ya que no era rentable (¡hasta ahora!), y no había recursos para las pruebas y los tratamientos hospitalarios.

Así que los gobiernos se vieron obligados a tomar medidas drásticas de distanciamiento social y cierres que destruyeron la actividad económica. La mayoría de los gobiernos pro-capitalistas fueron reacios a mantener estos cierres durante el tiempo suficiente y buscaron relajarse demasiado pronto para “salvar la economía”. Pero, como he dicho antes, las pruebas demuestran que no había contradicción entre vidas y medios de vida. Por ejemplo, Suecia y muchos estados de EE.UU. se negaron a considerar que los cierres firmes eran necesarios; y el resultado fue que ambos han tenido fuertes tasas de mortalidad y aun así un colapso de la actividad económica.

AS: Los Estados de todo el mundo han vuelto a intervenir como lo hicieron durante la crisis financiera de 2008 y la Gran Recesión para salvar al sistema del colapso. ¿Qué han hecho? ¿Ha funcionado? ¿Por qué o por qué no?

MR: Los gobiernos disponen de dos herramientas de política económica para hacer frente a las crisis en el capitalismo. Está la expansión monetaria y el estímulo fiscal. La expansión monetaria significa hacer que la Reserva Federal y otros bancos centrales reduzcan los tipos de interés para abaratar los préstamos para invertir o gastar y para inyectar crédito de modo que los bancos y las empresas estén llenos de efectivo para hacer frente a las pérdidas cuando las ventas y las ganancias se desploman y para apuntalar los bancos.

Las tasas de empleo han caído bruscamente y muchas pequeñas y medianas empresas están al borde de la quiebra. Alrededor del 20% de las empresas estadounidenses y europeas ya eran “zombis” antes de la pandemia, y sus ganancias apenas cubrían los salarios y los intereses de la deuda, sin que les sobrara nada para invertir y expandirse.

En la era moderna, la inyección de crédito se ha realizado mediante la llamada “expansión cuantitativa”, es decir, el banco central compra los bonos del gobierno y de las empresas mediante la “impresión” de dinero. La expansión cuantitativa fue la política utilizada tras la Gran Recesión para volver a poner en marcha las economías. Pero no funcionó a la hora de restablecer las tasas de crecimiento del PIB, el comercio y la inversión a algo parecido a los niveles anteriores a la recesión. En cambio, la mayor parte de las inyecciones de crédito fueron utilizadas por los bancos, las instituciones financieras y las grandes empresas para invertir en activos financieros (bonos y acciones), para pagar mayores dividendos y recomprar acciones para impulsar sus precios.

El estímulo fiscal después de la Gran Recesión se utilizó sólo durante un corto período de tiempo antes de que los gobiernos revirtieran cualquier financiación del déficit para equilibrar las cuentas y tratar de reducir la deuda del sector público, que se había disparado después de rescatar a los bancos.

En este bajón pandémico, se han vuelto a utilizar ambas herramientas políticas, pero esta vez a niveles enormes porque el golpe a las empresas ha sido mucho mayor. Las inyecciones de crédito y el gasto público combinados alcanzaron entre el 10 y el 20 por ciento del PIB en la mayoría de las principales economías en 2020, repartidos aproximadamente al 50 por ciento. Esta generosidad ha permitido a la mayoría de las empresas (pero no a todas) sobrevivir durante el año 2020, dependiendo de una mezcla de préstamos y subvenciones; mientras que los trabajadores han sido “suspendidos”, han recibido bonos de una vez o puestos en programas de “ayuda para la pandemia”.

Aun así, las tasas de empleo han caído bruscamente y muchas pequeñas y medianas empresas están al borde de la quiebra. Alrededor del 20% de las empresas estadounidenses y europeas ya eran “zombis” antes de la pandemia, y sus ganancias apenas cubrían los salarios y los intereses de la deuda, sin que les sobrara nada para invertir y expandirse. Durante este año, muchos de estos “zombis” pueden hundirse, a menos que se mantengan las inyecciones fiscales y monetarias.

Además, estas medidas monetarias y fiscales han hecho poco por restablecer los sectores productivos y creadores de empleo de la economía, especialmente en el gran sector de los servicios. En cambio, la creación de valor se ha hundido mientras el capital ficticio se ha volcado en los mercados de valores y de bonos.

AS: El gobierno de Biden está planeando un nuevo y enorme estímulo, otra inversión masiva en infraestructura, y está considerando abiertamente la adopción de una política industrial para impulsar la fabricación estadounidense, especialmente en alta tecnología. ¿Representa esto un giro del neoliberalismo al keynesianismo? ¿Funcionará? ¿Veremos un repunte cíclico, como predicen muchos economistas burgueses, después de que la pandemia se calme?

MR: En este bajón pandémico, a diferencia de la Gran Recesión, ha habido un cambio de política por parte de los gobiernos. Esto se debe, en parte, a las lecciones aprendidas del fracaso de la política monetaria tras la Gran Recesión y al daño adicional causado por la adopción de la austeridad fiscal para controlar la deuda (y el fracaso). Además, el bajón pandémico es al menos dos veces más grave que la Gran Recesión.

Así que las políticas de austeridad han sido abandonadas (al menos por ahora) y la consigna es que “ahora todos somos keynesianos”. El FMI, la OCDE y el BCE dicen ahora: “no te preocupes por los déficits y la deuda por ahora, sólo gasta para salvar las economías”. Con los tipos de interés en mínimos históricos, el coste del servicio de la creciente deuda será manejable y, una vez que la recuperación económica esté en marcha, podremos entonces examinar el problema de la deuda, dice el argumento.

En cierto modo, esto es correcto a corto plazo. Pero el problema para las economías capitalistas es que, a menos que la rentabilidad aumente significativamente en los próximos años, el crecimiento de la inversión será débil y también lo será el crecimiento económico. Y si los tipos de interés empiezan a subir, la carga de la deuda empezará a empujar a los zombis a la quiebra, justo cuando se reduzca el apoyo fiscal y monetario.

Además, incluso si se mantienen los tipos de interés bajos, es tal el tamaño de la deuda acumulada, tanto corporativa como gubernamental, que los costes del servicio de la deuda aumentarán de todos modos para exprimir las ganancias disponibles para invertir de forma productiva. No se puede ignorar indefinidamente el aumento de los niveles de deuda, especialmente si las ganancias no aumentan lo suficiente.

Este es el problema del programa de estímulo de Biden. A primera vista, parece grande; las principales previsiones económicas sugieren que podría añadir al menos un 1% al crecimiento del PIB en los próximos años. Pero incluso si el programa de inversión de Biden se aplica en su totalidad, eso hará que la inversión del gobierno sobre el PIB en los EE.UU. sea sólo del 4 por ciento, mientras que la inversión del sector capitalista es del 15 al 20 por ciento del PIB en promedio. Por lo tanto, esto último es decisivo para restaurar el capitalismo estadounidense.

Eso significa conseguir que la rentabilidad aumente considerablemente desde sus actuales mínimos históricos. Por supuesto, las grandes empresas tecnológicas y de medios de comunicación, como las FAANG (Facebook, Amazon, Apple, Netflix, Google), están obteniendo enormes ganancias, pero la mayoría de las empresas estadounidenses y europeas tienen una rentabilidad muy baja. Para que la rentabilidad suba y se recupere de una caída en el capitalismo se requieren 3 cosas.

En primer lugar, hay que despedir a los empleados improductivos y mantener bajos los salarios de los que se mantienen. En segundo lugar, las empresas en expansión deben tratar de introducir nuevas tecnologías que ahorren trabajo para aumentar la productividad de la mano de obra. Y, en tercer lugar, hay que permitir que las empresas zombies que no sirven para nada quiebren, sean absorbidas o liquidadas, para limpiar el mercado y aumentar la rentabilidad del resto. No parece que ninguno de estos tres requisitos vaya a producirse pronto.

El problema para las economías capitalistas es que, a menos que la rentabilidad aumente significativamente en los próximos años, el crecimiento de la inversión será débil y también lo será el crecimiento económico

AS: El estímulo de Biden ha desencadenado un debate entre los economistas burgueses sobre el peligro de la inflación. Larry Summers ha argumentado que el programa de Biden es demasiado grande, y que corre el riesgo de desencadenar la inflación y en realidad desperdicia un dinero que debería ahorrarse para su inversión en infraestructuras y política industrial. Otros defensores de la austeridad, a los que tú has llamado “austeritarios”, están de acuerdo con él. Por el contrario, la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, desestima estas preocupaciones como exageradas y argumenta que el mayor peligro es no gastar suficiente dinero en el estímulo. ¿Qué lado tiene razón?

MR: La corriente económica dominante tiene dos teorías principales para explicar la inflación. Está la teoría cuantitativa del dinero, defendida por los monetaristas, que sostienen que la inflación es un fenómeno monetario, es decir, que la inflación de los precios se dispara cuando hay “demasiado” dinero en la economía: demasiado dinero persiguiendo muy pocos bienes. Pues bien, los últimos 10 años han puesto en duda esta teoría, ya que las inyecciones de dinero han sido enormes y la inflación en la “economía real” se ha ralentizado.

La otra teoría dominante es la keynesiana, según la cual existe un equilibrio entre el desempleo y la inflación. Así, cuando se maximiza la capacidad de producción y hay pleno empleo, los salarios aumentan y esto obliga a las empresas a subir los precios para mantener las ganancias. Así, se achaca la inflación a que los trabajadores piden demasiado.

En efecto, este es el argumento del keynesiano ortodoxo Larry Summers. La diferencia entre Summers y Yellen es que Summers piensa que la recuperación económica será tan rápida y que la capacidad de expansión de la economía estadounidense es tan escasa que la economía estadounidense se recalentará rápidamente, entonces los salarios subirán y la inflación de los precios volverá rápidamente. Yellen (y Powell), por otro lado, piensan que las economías tienen mucha holgura y que hay mucho espacio para expandirse durante el próximo año o más sin que los salarios suban para impulsar la inflación.

En mi opinión, ambas partes tienen razón y se equivocan. Summers se equivoca al afirmar que la recuperación económica será rápida y elevada como resultado de los paquetes de Biden, pero tiene razón al afirmar que la capacidad económica de EE.UU. se ha debilitado por la caída pandémica y no está en condiciones de dar un salto adelante. Yellen se equivoca al respecto, pero tiene razón en que la recuperación económica será modesta y no conducirá a un “sobrecalentamiento” y a fuertes subidas salariales.

Pero ambas teorías dominantes son explicaciones inadecuadas de la inflación. Los cambios en los precios de los productos básicos están impulsados por el poder adquisitivo de las ganancias y los salarios, es decir, por el nuevo valor de la economía. Sí, las subidas salariales impulsan la demanda de bienes y servicios, pero no hay que olvidar las ganancias. Y si los bancos centrales también están inyectando dinero en la economía, eso se sumará a la inflación de los precios, porque las inyecciones monetarias no crean nuevo valor.

En el bajón pandémico, en los Estados Unidos, las ganancias han caído alrededor del 25% y la masa salarial (caída del empleo) alrededor del 10%. Por lo tanto, aunque la oferta monetaria se ha disparado más del 40%, no ha habido inflación. De hecho, como gran parte del dinero inyectado se ha atesorado, la llamada velocidad o rotación de ese dinero ha caído bruscamente.

Sin embargo, en 2021, podemos esperar que las ganancias aumenten e incluso la masa salarial en general, y las inyecciones monetarias parece que van a continuar, aunque a un ritmo más lento. Por lo tanto, espero que la inflación de bienes y servicios repunte. Esto planteará problemas a las autoridades monetarias si deben subir los tipos de interés para frenar la inflación y las demandas salariales, y cuándo. Si los tipos de interés suben, los mercados financieros se hundirán. Pero todavía no hemos llegado a ese punto.

AS: Has planteado que ni el keynesianismo ni la austeridad neoliberal pueden sacar a la economía mundial de lo que llamas la larga depresión. ¿Por qué? ¿Qué funcionaría dentro del capitalismo? ¿Y quién pagaría el precio por ello?

MR: Como dije antes, el capitalismo sale de sus crisis regulares y recurrentes haciendo que el trabajo pague. Hace que el trabajo pague recortando la fuerza de trabajo de los trabajadores “improductivos” y creando un ejército de reserva de mano de obra que deprime los salarios. E introduce nuevas tecnologías para aumentar la productividad del trabajo. El objetivo es aumentar la rentabilidad para que la inversión empresarial responda.

Sin embargo, eso no ocurrió después de la Gran Recesión. La rentabilidad no se recuperó porque no se permitió la liquidación de las empresas débiles. Las empresas zombi se quedaron como muertos vivientes. Los precios de los activos financieros se dispararon y ahí es donde se obtuvieron las ganancias: en el capital ficticio. La inversión en activos productivos fue escasa y el crecimiento de la productividad fue muy bajo (sólo un 0,6% anual en Estados Unidos).

El desplome pandémico también ha provocado graves cicatrices en los activos productivos, incluyendo pérdidas de capacidad y de trabajadores productivos que serán difíciles de restaurar sin un programa de inversión masiva. Así pues, en lugar de una recuperación económica en forma de V y un rápido retorno a los niveles económicos anteriores a la pandemia y luego hacia arriba, es más probable que la “recuperación” sea lo que yo llamo una raíz cuadrada inversa, en la que el crecimiento tendencial a partir de 2021 será menor incluso que en los 10 años posteriores a la Gran Recesión.

En otras palabras, se produciría otra etapa de la Larga Depresión en la inversión, la productividad y la rentabilidad que las principales economías capitalistas han experimentado en los últimos diez años. Recordemos que las principales economías tardaron más de 20 años en salir de la depresión de 1873-96 y para ello necesitaron varias depresiones graves. La Gran Depresión de la década de 1930 sólo terminó con las economías de guerra en 1940, cuando la inversión gubernamental sustituyó a la inversión capitalista para el esfuerzo bélico.

Así que, o el capitalismo vuelve a sufrir otra depresión en algún momento de esta década para limpiar el sistema o es reemplazado.

AS: A los sectores de la élite mundial que piensan más allá de lo inmediato les preocupa que la pandemia esté almacenando profundos malestares que podrían detonar otra ronda de polarización política y luchas explosivas en todo el sistema mundial. ¿Cuál es su perspectiva sobre el impacto de esta crisis en la política, así como en la lucha social y de clases?

MR: Hace poco, el FMI realizó un análisis muy interesante que mostraba que los niveles de malestar y lucha habían aumentado considerablemente antes de la caída de la pandemia. La pandemia de 2020 ha cortado esa tendencia, pero el FMI calcula que podría volver a darse la tendencia anterior a medida que los países salgan de la pandemia este año y después. Hay muchas razones para esperar eso, dada la débil recuperación que se avecina. De hecho, si la recuperación es más fuerte, eso podría reavivar la confianza de los movimientos laborales a nivel mundial.

Autor/a

Michael Roberts trabajó en la City de Londres como economista por más de 40 años. Ha observado de cerca las maquinaciones del capitalismo global desde dentro de la guarida del dragón. Desde su jubilación, ha escrito varios libros: "La Gran Recesión - una mirada marxista" (2009); "La Depresión Larga" (2016); "Marx 200: una reseña de la economía de Marx" (2018); y junto a Guglielmo Carchedi como editores de "Mundo en Crisis" (2018). Ha publicado numerosos papers en revistas académicas de economía y artículos en publicaciones de izquierda.

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Ashley Smith

Ashley Smith es un escritor y activista socialista de Burlingont, Vermont (EEUU). Ha escrito en numerosas publicaciones incluyendo Truthout, International Socialist Review, Socialist Worker, ZNet, Jacobin, New Politics, Harpers, y muchas otras publicaciones impresas y en línea. Actualmente trabaja en un libro para la editorial Haymarket titulado Socialismo y Anti-Imperialismo.

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